jueves, 1 de septiembre de 2016

Tormentas

Hay momentos que aparentan calma, que se esconden entre las nubes, que no dejan ver con claridad el sol, y que sin duda avecinan tormenta. Tormentas de esas que te encierran en casa por miedo a las consecuencias. Que no piensas que puedan ser para abrazar bajo la lluvia, sino para esconderte tras la manta. Tormentas de un 30 de enero (frías, muy frías) y no de julio que son todo lo contrario. 
Son tormentas que hacen que el día lo veas un poquito más negro (que no gris) de lo oscuras que aparentan. Son tormentas que cubren el cielo de nubes cargadas de malas intenciones.
Pensamientos que ahogan. Pensamientos que desean salir, hacerse notar. Pensamientos que están ocultos, que nadie ve. Pensamientos que se aferran a lo más recóndito de tu mente y que no sabes cómo disipar.
Muy a lo lejos ves algún que otro rayo de luz, que no sabes si es real o no, pero que quieres perseguir. Y no se deja. Huye, como tú. No sabes si tienes más miedo tú de alcanzarlo, o él de dejarse atrapar.
Al final, tras desear llegar a esa luz tan tentadoramente apacible descubres un atajo. Un atajo que te lleva al ojo de la tormenta, al núcleo de la oscuridad. Y ves que estando ahí, deshacerla es muy sencillo. Solo tienes que gritar fuerte que se vaya, que no la quieres, que quieres que haya calma.
Y se va, de verdad que se va. Cuando visualizas fuertemente la calma, se va.
Y una vez se ha ido, te das cuenta de que las tormentas solo pueden ser para abrazar.